LA SALA DE PAREDES BLANCAS
Esta historia surge tras el reciente ingreso de mi papá al Hospital San Ignacio para ser hospitalizado.
La puerta automática de la entrada permanece más tiempo abierta que cerrada por el constante flujo de personas, hay quienes entran con enormes caras de preocupación, otros que salen contentos y tranquilos. Personas que esperan fuera de la sala, en el parqueadero, con una enorme tensión que sosiegan con el cigarrillo. Otras que esperan dentro mirando la pantalla de los turnos, la pantalla del televisor, la pantalla de sus celulares, o bien, la pantalla oscura de sus ojos cerrados mientras descansan. Todos esperan: por esperanzas, por noticias, por retomar el equilibrio de sus vidas que sin duda es muy lejos de esa fría y concurrida sala de hospital.
Cada individuo que se encuentra en el lugar examina al resto de las personas, todos probablemente se hacen la misma pregunta: ¿por qué estará esa persona aquí? ¿Tendrá a alguien más enfermo que a quien yo vine a traer? ¿Se sentirá como yo me siento?
Pero nadie dice nada, nadie conversa con nadie. Es un lugar donde muchos se conglomeran pero nadie está ahí. Ni para las otras personas, ni para sí mismos. Viviendo una experiencia que esperan olvidar tan pronto la puerta automática se abra por última vez ante ellos camino a la salida.
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